Manuel Agraz Güereña
La vida es un constante juego entre el riesgo, las decisiones, la suerte y el destino. Estamos rodeados de factores que escapan a nuestro control, y aun así, el rumbo de nuestro futuro depende, en gran medida, de las elecciones que tomamos.
Asumir un riesgo significa aventurarse hacia un resultado incierto: puede ser positivo y valer la pena, o negativo y dejarnos una lección que debemos aceptar.
Por ello, es esencial evaluar las posibles consecuencias —a favor o en contra— antes de actuar, para que nuestras decisiones no se basen únicamente en la suerte.
Permanecer en la zona de menor riesgo suele parecer lo más fácil. No aceptar una nueva oferta laboral, mantener las mismas rutinas, aferrarse a lo conocido. Y aunque lo cómodo no necesariamente es malo, las mejores oportunidades suelen requerir que nos atrevamos a salir de esa zona segura. Es ahí donde se abren nuevos horizontes y se transforma la vida.
Tomar riesgos no equivale a ser irresponsable. Un riesgo calculado implica analizar cuidadosamente los peligros y las oportunidades, reuniendo la información suficiente para decidir con fundamento.
Aunque parezca algo simple, muchas veces decimos “no” cuando en realidad queremos decir “sí”, o actuamos desde el “debo” en lugar del “quiero”. A veces ni siquiera sabemos responder a lo que realmente deseamos o cómo queremos vivir. Puede ser la voz de la prudencia… o del miedo.

No existe un valor universal que defina cuál es el nivel adecuado de riesgo, ya que este varía según cada persona. Para entender cuánto riesgo es demasiado en nuestro caso, debemos conocer tres factores: el apetito, la tolerancia y el umbral de riesgo.
El apetito por el riesgo es el gusto o disposición que tenemos para asumirlo con tal de alcanzar un objetivo.
La tolerancia al riesgo representa cuánto riesgo somos capaces de soportar antes de obtener la recompensa.
Y el umbral de riesgo marca el punto en el que el riesgo deja de ser justificable frente al beneficio esperado.
Cada negociación, por pequeña o grande que sea, representa un paso hacia el éxito cuando se aborda con preparación y conciencia.
Imaginemos, por ejemplo, estar a punto de cerrar un acuerdo comercial que promete llevar a la organización al éxito. El ambiente está cargado de expectativas; cada palabra y cada gesto cuentan. Sin embargo, justo cuando la victoria parece asegurada, un solo error —quizás un comentario inoportuno o una decisión precipitada— puede deshacerlo todo.
En el impredecible mundo de las negociaciones, incluso los líderes y empresarios más experimentados pueden tropezar, convirtiendo grandes oportunidades en simples “lo que pudo haber sido”.
Por eso, reconocer los errores más comunes en una negociación es clave, no solo para mejorar los resultados futuros, sino también para conservar relaciones valiosas dentro del equipo y de la organización.
Referencias bibliográficas:
Negociación una herramienta para la
supervivencia.https://www.hacerempresa.uy
Manuel Agraz
Ingeniero Químico con Maestría en Dirección de Organizaciones
Actualmente Consultor Empresarial y Financiero
📩 manuelagrazpontifex@gmail.com
